jueves, 21 de noviembre de 2013

1. De cómo alargar un título…, desde la Universidad Pública

Hans Haacke. The invisible Hand of the Market, 2009. 
Exposición "Castillos en el aire". MN Centro de Arte Reina Sofía.


En un post anterior comentaba que la siguientes reflexiones se deben a una invitación para participar en “I Encuentro Salidas Laborales de la Facultad de San Carlos para la Profesionalización del Alumnado 2013” organizada por la Delegación de Alumnos de la Facultad. Tuve la impresión, de entrada, de que los alumnos parecían excesivamente preocupados por la empleabilidad. Relaciones laborales, profesionalización, emprendimiento, etc., eran palabras que no entraban en nuestra jerga universitaria en la Facultad de Geografía e Historia de Valencia a finales de los años ochenta. De repente, me sentí prediluviano. Pensé: ¡Tanto ha cambiado el mundo! Claro que ha cambiado, radicalmente. Recordé cómo eran nuestras expectativas cuando decidimos estudiar Historia del Arte. Cómo, cuando llegamos a quinto curso, veíamos un horizonte negrísimo por el desempleo[1]. No sé si no éramos demasiado inocentes o quizás los valores pudieron ser otros, pero ya antes de iniciar el primer curso a nuestro alrededor nos hablaban de ese sombrío horizonte. Y seguimos adelante, un curso tras otro, sin que el miedo al paro nos paralizara. Conocíamos la inutilidad de nuestra formación como vía para alcanzar un buen empleo o simplemente un empleo, como también sabíamos que no seríamos los egresados que buscarían las empresas. Con tantas deficiencias, con tan escasos medios, tuvimos algunos profesores extraordinarios que nos ayudaron a estructurar nuestro pensamiento, a ser capaces de ser nosotros mismos y ver otros mundos posibles a través del arte.



Sí, el mundo es muy distinto y la universidad ha cambiado mucho, también el arte. ¿Y nosotros? No sé si nosotros hemos cambiado o nos hemos dejado cambiar y nos han cambiado. Los políticos –maestros del eufemismo- hablan de “adaptación a una realidad nueva”. Y me veo como un camaleón rodeado de más camaleones y, aunque confieso que son unos bichos que me fascinan, no quiero formar parte de esa especie.



Ahora para los estudiantes, para todos, el desempleo es la preocupación mayor. Sin embargo, siendo así, me pregunto si a esa preocupación no se suma otra que la hace aún más grande, que tiene que ver con el modo en el que se nos espolea con el miedo, desde instancias muy diversas. La falta de empleo y el pánico a perderlo, en el contexto de crisis que estamos viviendo, además de la depresión y parálisis de la sociedad, la angustia y el pesimismo generalizado, lleva consigo otras consecuencias terribles como, por ejemplo, la aceptación de condiciones laborales indignas, propiciadas por la reforma laboral del PP, y la pauperización en todos los sentidos, pero también la crispación y el deterioro de los afectos, la desconfianza, la inseguridad y tantas miserias. Aunque los telediarios, en noticias bien dosificadas, dejen ver muestras de heroísmo y solidaridad, lo cierto es que nos estamos deshumanizando.




Una alumna del Máster de Gestión Cultural UV-UPV, comentó en clase, airada, que estaba cursando el máster para ganar dinero. Pensé que podría ser una forma de indicarme que aquello de lo que estaba hablando era un aburrimiento y no le interesaba nada. Pero me eché a temblar y le dije que, pensara, si no había otras posibilidades formativas en la Universidad que capacitaran al alumno para alcanzar más rápidamente su objetivo. Aún no he descubierto el modo de ganar dinero con la cultura y el arte en España. ¿Quién sabe? Perdí la pista de la alumna, pero es posible que esté ya fichada por la Gagosian Gallery o dirija más pronto que tarde la Bienal de Venecia. Entre las competencias del “contrato-programa” como profesor para la asignatura creí recordar que no figuraba la de formar cuadros directivos de élite y, haciendo repaso de la oferta de asignaturas del Máster, tampoco vi que figuraba ningún descriptor que cuadrara con ese objetivo formativo. Me encuentro todos los días con alumnos y profesores que piensan de otro modo y que, conscientes de que la situación es terrible, se interesan por el arte y la cultura no en términos estrictamente mercantiles. Y me alienta saber que hay más bichos raros que no son camaleones.




Maurizio Cattelan L.O.V.E., 2010
Carrara marble, figure: 470 x 220 x 72 cm;
base: 630 x 470 x 470 cm Courtesy of the artist
Maurizio Cattelan Photo: Zeno Zotti

Todo ello, me llevó a pensar si en la Universidad no se estaban trasmitiendo unos valores “diferentes” y que no son otros, posiblemente, que los que están en la calle. Pero, ingenuo de mí, siempre he creído que la Universidad Pública es otra cosa. Desde la implantación del Tratado de Bolonia, y en los debates previos, ya se veía venir. Hablamos mucho de ello, incluso algunos alumnos (pocos) patalearon. Y ahora nos encontramos con una situación que, empaquetada en la LOMSE, resulta catastrófica para la Universidad Pública. Subidas de tasas sangrantes, becas testimoniales, masificación, planes de estudio inoperantes, escasez de recursos, y valiosos profesores con contratos basura al paro, y, y, y. Nos encontramos definitivamente sometidos a un orden educativo neoliberal que dinamita radicalmente las bases de lo que tradicionalmente ha sido la formación universitaria. “Adaptación a los tiempos”. Como si los tiempos se hicieran solos. Posiblemente sea eso, que como sociedad asumimos el laissez faire, como algo inevitable y, también, cómodo mientras hubo dinero corriente. No dijimos “NO” y ahora no sé si ya es demasiado tarde. La aplicación del Tratado de Bolonia, en lo que se acabado llamando Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) es un auténtioco desastre en España.



Yoshitomo Nara
Fuckin' Politics, 2003
Lithograph.

Hemos acabado progresivamente mercantilizándonos. Hablamos de “clientes” para referirnos al alumnado. Y a la búsqueda del cliente tiene que salir presto el profesor, en un espacio de competitividad delirante. De esta forma, con la excusa de situar nuestras universidades públicas en un ranking de excelencia, “lo rentable” en términos mercantilistas se ha convertido en un dictado, y ha llevado a la universidad a una situación de desconcierto, desde donde se van dinamitando los principios básicos de su autonomía. Los alumnos, no ya estudiantes, sino clientes, y los conocimientos a impartir deben de estar orientados para una rápida y directa relación con un supuesto puesto de trabajo, en un mercado laboral volátil y cambiante para el que no cabe una traslación directa y exclusiva. Disciplinas de enseñanzas humanísticas como la filosofía, las lenguas clásicas, la antropología o la sociología, y también el arte, resultan de muy difícil encaje es ese esquema de aplicaciones mercantiles y, por tanto, estarían siendo relegadas de los planes docentes por no ser rentables en un marco de valores económicos absolutos. Todo ello, obliga a la Universidad Pública a operar en un espacio de competitividad donde la calidad de la docencia no se valora tanto por la transmisión de conocimientos, sino por el modo en que se contabiliza en índices medidos sólo para cumplir con resultados estadísticos de interés para un mercado que no tiene forma ni comportamientos precisos. Nos pasamos horas y horas rellenando formularios, haciendo informes, manteniendo reuniones técnicas… Se nos ha impuesto sistemas de control ridículos, con el fin de “optimizar” y dar cuenta de resultados, que no son otros que formularios estadísticos de kafkiana genética. Si de fiscalización y control se trata ¿No debería ser “el cliente” el primero en dar cuenta de los resultados? Pero el cliente, en este caso, no es el alumno. Los clientes son algo tan borroso como los ordenadores de las Conserjerías de Educación y los despachos del Ministerio de Educación, y tan volátil como el mercado, aunque a ello se llame sociedad.

Hay abundante literatura sobre los estragos de la EEES de la que incorporo sólo un extracto de un interesante artículo que señala: “el programa Docentia consiste en un conjunto de normas dirigidas al control de la actividad docente universitaria. Tiene su origen en 2006 en el escenario de la integración del sistema universitario español en el EEES. En aquel momento la Agencia Nacional de la Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) impuso al conjunto de las universidades públicas un nuevo programa para controlar y gestionar, en términos empresariales, la actividad docente. Se trataba de un programa de obligado cumplimiento y que venía a sustituir a los instrumentos de evaluación docente que las universidades españolas, en el ejercicio de su autonomía, ya estaban realizando. Un nuevo programa que como los programas troyanos delsoftware malicioso permite hacer todo lo contrario de lo que dice hacer. En este caso, lo que permite hacer es controlar y degradar el trabajo docente, así como reforzar institucionalizándola la precariedad laboral. Lo que dice hacer es mejorar la calidad docente”[2].

El progresivo establecimiento de imposiciones, a golpe de terminantes decretos unas veces, otras a través de encubiertos deberes en el desarrollo del trabajo diario en la Universidad Pública, han conseguido -con el pretexto de evaluar la investigación de los docentes, utilizando los criterios procedentes de una empresa privada y basados, sustancialmente, en la rentabilidad económica- subordinar la docencia a la investigación, relegando la función primera y fundamental, la de enseñar. Los profesores no sólo somos docentes, tenemos que ser investigadores. ¡Vaya descubrimiento que hace el EEES! Y yo me pregunto si en la docencia no va implícita la investigación. No se puede entender de otra manera. ¿Cómo explicar esta esquizofrenia? Pero en esto, como en otras cosas, debo ser un inadaptado. La investigación es consustancial a la naturaleza de la Universidad. Pero no se puede anteponer investigación a docencia, no se puede separar una cosa de la otra. Hay profesores que son excelentes investigadores. ¿Pero no sería más provechoso para Universidad y para la propia sociedad llevar a cabo una investigación de calidad formando equipos de investigadores como tales, con medios y bien remunerados y hablar entonces propiamente de la investigación de los investigadores? Con todo el trasvase de investigación a la docencia que sea necesaria, pero cuya ocupación sea la investigación pura y dura. No voy hablar aquí del modo en el que se han reducido los fondos para investigar en la Universidad Pública, ni cuántos investigadores están ahora en la calle. Sí, sin embargo, de la forma en la que esos fondos se conduce bajo directrices estrictamente mercantiles, dejando de lado análisis, pruebas, ensayos y experimentos que no tienen porqué tener una traslación directa a las empresas. Y si de investigación en Arte habláramos, nos quedaríamos mudos. Porque ¿Para qué? ¿Cuál es su utilidad?


Se nos llenado la boca de “excelencia” para hablar de una Universidad Pública sometida a una ulcerosa digestión mercantil. Y aquí tragamos todos. ¿Hasta cuándo? Desde el entendimiento de la Universidad Pública como un espacio para el desarrollo del pensamiento y sensibilidad críticos, de la creatividad y la investigación disconformes, necesarios para poder hacernos en un mundo como el actual, que se despieza en rápidas y irreversibles transformaciones, palabras como pensar, crear, conocer y sentir, no parece que sea un vocabulario apropiado para capacitar a los estudiantes. Sigo creyendo en las múltiples posibilidades de acción que tiene lugar en la Universidad Pública, con las que poder relacionarnos con nuestro mundo, haciendo posible el crecimiento personal y las mejoras colectivas. Sin embargo, esas capacidades están siendo mermadas desde hace años. En declaraciones del actual ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, -en la presentación de un estudio sobre producción científica en los países iberoamericanos, realizado por el grupo de investigación SCImago- apuntaba cómo se debería "inculcar a los alumnos universitarios a que no piensen solo en estudiar lo que les apetece o a seguir las tradiciones familiares a la hora de escoger itinerario académico, sino a que piensen en términos de necesidades y de su posible empleabilidad. […] En algo estará fallando el sistema universitario si menos de la mitad de los titulados son en ciencias sociales. Eso quiere decir que no estamos siendo eficaces a la hora de mandar señales a quienes entran en el mundo universitario"[3]. Ante estas declaraciones del Ministro de Educación más nefasto que ha tenido la democracia, sería mejor cerrar las universidades porque los alumnos, si llegan, acudirán despavoridos.



Pero no es éste el lugar en el que cabría plantear con detenimiento un argumentario y una relación pormenorizada de los enormes perjuicios que está causando el desprestigio de la Universidad en un marco general de desmantelamiento de los servicios y la función pública, conducidos por principios políticos neoliberales. Sin embargo, es en este contexto de presión e incertidumbre, en el que se está deteriorando el trabajo de la Universidad Pública, donde surgen también continuas iniciativas que tratan de salvar la situación en la que nos encontramos. Iniciativas originadas con el fin de construir espacios en los que docencia e investigación se acompasen de forma natural, en los que la adquisición de conocimientos y la aplicación de los mismos converjan sin supeditaciones, no para figurar, a toda costa, en un ranking de exclusividad o en la contabilidad de unos privativos índices de excelencia, sino para revertir en la sociedad y hacer posible sus mejoras, al margen de los mercados, que todos sabemos muy bien a donde nos ha conducido.

Y al final, el título que era con lo que empezamos y que tenía que ver, no con un diploma ni la gestión de unos planes de estudio en Bellas Artes -a los que, por otra parte, bien le vendrían un enjuague-, sino con el título de una ponencia que se dio en llamar “Introducción a las relaciones laborales en exposiciones” y que yo alargué apostillando como “El proceso de monopolización del arte por parte de la institución o Cómo dejar el arte”, haciendo libre uso de un trabajo del artista Antonio Ortega “Speaks about ‘Antonio Ortega and the Contestants’”[4], con puntos suspensivos.





[1] La economía española pasó en 1993 a la recesión y su traducción fue un crecimiento espectacular del desempleo del 16% al 24%. A finales de noviembre de 1993, había en España 3.545.950 parados, una caída inusitada de los beneficios y de la inversión de las empresas, un volumen de deuda pública cercano a los 30 billones de pesetas, un 68% del PIB y un déficit del conjunto de las Administraciones Públicas superior al 7% del Producto Interior Bruto (PIB).


[2] Rodríguez, José Manuel y Xambo, Rafael “La mercantilización de la universidad pública”. El país. 17 mayo 2013. <http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/05/17/valencia/1368810634_979335.html > [consulta: 2 junio 2013].

[3] El HuffPost / Agencias, “Wert cree que los universitarios no deben estudiar lo que quieren sino lo que es necesario” [en línea]. Hufftonpost. 4 de febrero 2013. <http://www.huffingtonpost.es/2013/02/04/wert-cree-que-los-univers_n_2615674.html?utm_hp_ref=fb&src=sp&comm_ref=false> [Consulta: 2 mayo 2013].
[4] http://www.antoniaortega.com/contestants.html

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