lunes, 25 de noviembre de 2013

Rodney Graham



  • José Luis Clemente Marco
  • Ed. Gestión Cultural y Comunicación, 2008
  • ISBN: 8496159663 ISBN-13: 9788496159662

Rodney, de nombre artista, se multiplica por Graham.
Sobre identidades, simulacros y otras formas de nombrar el arte.

Un retrato de un mariachi con un vaso de cerveza serigrafiado sobre un espejo presenta en la obra A glass of Bier (2005) el alter-ego de Rodney Graham. A partir de un juego de reflejos que no hacen sino remitir a la historia de la pintura, el artista se autorretrata con toda formalidad, mirando fijamente a un espectador, que está y no está junto al retratado. Al más puro estilo velazqueño, Rodney Graham activa el fuera de campo, dejando al espectador ultimar la obra. Sin embargo, Rodney Graham, amigo de los espejismos, no mira directamente a Velázquez, sino a través de la obra Le Bon Bock de Manet, quien a su vez también miró a Hals. Manet pintó el retrato del grabador y litógrafo Émile Bellot[1] que posó durante unas setenta sesiones y, aun siendo el primer éxito popular de Manet en el Salón oficial, no gustó a los amigos del pintor por considerarlo muy tradicional. La figura del litógrafo con un traje de color gris se recorta sobre un fondo neutro, en el que no existe ninguna referencia espacial, dando la impresión de salir de la oscuridad. Rodney Graham elige también para sí un traje gris de mariachi en su obra y sustituye la neutralidad del fondo por los reflejos del fuera de campo. El realismo con que retrata Manet a su amigo, como una impresión fotográfica, es coincidente, asimismo, con la autenticidad con la que Rodney Graham concibe, particularmente su rostro, aplicado en la serigrafía, ya que, en definitiva, se trata de un autorretrato sobre un espejo.

Por otra parte, Graham incorpora en esta obra, como en tantas otras, los reflejos de la cultura popular, al elegir como medio y soporte la serigrafía y el espejo. Así como Hals miraba a la cultura popular barroca y Manet a la moderna, Graham incorpora los reflejos de la cultura visual contemporánea, reciclando sus estampas populares. En A glass of Beer —retrato donde también se ve reflejado a Warhol—, el artista recicla las imágenes típicas de los pubs y anuncios de bebidas, para mirarse a sí mismo. Pero si alguien popularizó y se aplicó en el retrato, inserto en la cultura popular, fue Warhol, quien se miró en el espejo del arte para transformarse en una estrella; si bien decía: “cuando yo me miro en el espejo, lo único que sé es que no me veo como me ven los demás”.

A glass of Beer, como “memorabilia”, es un reflejo de ocurrencias con un señalamiento que viene desde el espejo y se sitúa fuera de la representación, donde se contrasta el carácter ilusorio y el real, entrando y saliendo del propio espejismo del soporte. Graham teatraliza su autorretrato, como un músico mestizo y transfronterizo, e interpreta, cerveza en mano, a base de trompetas, vihuelas y guitarrones canciones populares como: “Seré tu espejo / Reflejaré lo que eres, en caso de que tú no lo sepas... Deja de cubrirte con las manos, porque yo te veo”, del mítico grupo The Velvet Underground. Graham, como antes Duchamp, es un artista que se divierte interpretando a numerosos personajes al mismo tiempo: artista, músico, filósofo, actor, científico y psicológo. En tanto que intelectual, posee también un gran sentido del humor. Podemos reconocerlo incluso como un diletante, especialmente cuando exhibe su capacidad para desdoblar su persona. Así lo identificamos también como un pirata, un cowboy o un burgués, mientras su alma vive la quimera del to be, or not to be an artist.

Desde esa perspectiva, cabe entender la narcisista afición de Graham por mirarse en el espejo, para luego traspasarlo y adoptar, travestido, cuantos egos puedan representar al hombre contemporáneo. En la obra Paradoxical Western Scene (2006), el propio artista, vestido de cowboy, se deja fotografiar cuando pasa por delante de un cartel donde se anuncia la búsqueda del propio artista. Graham cambia, en este trabajo, el traje del mariachi de A Glass of Beer por el de un vaquero que tiene pinta de todo, menos de ser un tipo peligroso, como previene el mismo cartel. Para esta obra, Graham, pendiente de la cultura popular, se inspira en la carátula del disco 'More Gunfighter Ballads' del cantante de country Marty Robbins. Sin embargo, no contento con eso, el artista busca también su relación con la alta cultura, cuando inscribe este trabajo en un espacio referencial, que va desde Duchamp a Michael Snow. La fotografía de Graham, delante del cartel en el que aparece esa misma imagen infinitamente repetida, acompañada del texto “wanted” y “reward”, conduce a reflexionar sobre la personalidad autoral, a través de un juego de identidades que acaba satirizando esa misma función. Con ello se redefine el artista, de manera que la autorrepresentación corresponde a un juego de seducción y engaño respecto a la personalidad del autor visto como otro, o como varios otros. Se trata, de nuevo, de una imagen-reflejo, una imagen-espejo de otras muchas que no hacen sino multiplicar la visión de una fértil reproducción de la “mismidad”.

Incluso cuando Rodney Graham no está representando a un personaje, aparece en sus obras siendo él, pero no del todo, ya que se muestra en un estado de trance, provocado por el LSD como en Phonokinetoscope  (2001), o en el sueño inducido por somníferos en Halcion Sleep (1994). En ambos videos, el viaje funciona como una metáfora para su estado alterado de conciencia. Se trata de un viaje físico, real, pero también del “viaje” causado por el efecto de las drogas. Aerodynamic forms (1977-2000), Schema (1996) y Aberdeen (2000), complementan temáticas de su compleja obra: la narrativa circular, la música, las ideas freudianas y las alusiones a iconos populares.

Aquella auto-multiplicación de la personalidad que podríamos considerar en exceso onanista en la obra Masturbation (1991-1992) de Gillian Wearing, deja de ser estéril cuando se adentra en el placer de la contemplación de una personalidad autorial. Éste sería el caso de las fruiciones onanistas con las que Duchamp anima la naturaleza placentera del “yo-artista”. Así en la obra Wanted $2000 Reward (1923), Duchamp, como también Graham, plantean una puesta en escena en la que se busca explícitamente designar al artista a través de la obra, si bien —como ambos advierten es su trabajo—, esa indicación de búsquedas puede resultar paradójicamente estéril y conducir al fracaso, aun cuando se ofrezca una recompensa al espectador. El uso del arte para llamar la atención sobre sí mismo, a partir del descrédito del artista, constituye una de las mayores aportaciones de  Duchamp. Es probable que nadie como Duchamp haya planteado con tanta astucia el culto a la personalidad del artista moderno, hasta convertirse después, y muy particularmente, a partir de los años sesenta en uno de las cuestiones centrales del arte.  Si el arte consiste en una apuesta a ojos cerrados, por “ser” un artista —como podemos reconocer en la obra Monte Carlo Bon (1924) de Duchamp—, significa que el juego con la propia identidad, con el fin de conseguir una recompensa, queda a la vista del espectador, aun cuando el interés vaya a parar a otras manos. Se busca, por lo tanto, ilustrar la problemática situación del artista moderno como una suerte de engaño, cuando no como un juego de azar, cuyo carácter especulativo se asemeja a las transacciones financieras. Sin embargo, si el arte es una estafa, su naturaleza “criminal” no sería sino el reflejo de la imposibilidad fundamental de la identificación del artista, salvo que se busque operar en la personalidad múltiple y aislar la actividad artística, fuera del circuito de intercambio simbólico; es decir, al margen de todas las demás formas de consumo. Es por ello, que el arte es concebido por Duchamp como un juego de azar cuyo resultado es incierto, ya que la apuesta en cuestión depende de numerosas contingencias, mientras la inversión especulativa que está en juego obedece al interés del espectador.

Rodney Graham
Paradoxical Western Scene, 2006
Painted aluminum. 58 x 48 x 7 inches
303 Galley
En la obra Paradoxical Western Scene, vemos también cómo el descubrimiento del artista termina llamando la atención sobre nuestra recompensa, que no es otra que la que nos produce un espejismo, al adentrarnos en un camino de ida y vuelta en el que nos reconocemos activos en el hallazgo del arte. Esa recompensa vendría dada por las indagaciones que nos llevan no sólo a mirar con los ojos, sino también con la imaginación y el entendimiento. En ese sentido cabría poner en relación Paradoxical Western Scene con la obra Authorization (1969) de Michael Snow, seminal en este trabajo de Graham. Michael Show, como también Graham, explora las paradojas de un infinito retroceso a partir de la visión múltiple que produce el efecto espejo. Ese efecto de multiplicar la visión de una misma imagen para trastocar su significado por saturación, llama tanto a problematizar sobre la identidad del individuo y su reconocimiento simbólico, como sobre el ciego alcance de la simple percepción retiniana. Así,  Jasper Johns –quien se atrevió a triplicar, sin más, la bandera de Estados Unidos– señalaba cómo a través de la retina, los límites quedaron establecidos por el impresionismo, en un espacio en el que el lenguaje, el pensamiento y la visión actúan interrelacionados. Con ello, trataba de perturbar el común entendimiento entre la realidad y determinados hábitos perceptivos. Desde la lineal autorreferencialidad de las banderas o las dianas, despojadas por completo de su función, Jasper Johns entra en un ambiguo espacio en el que se pone en crisis el valor simbólico de la represtación.

Más allá del cuestionamiento de la ilusión y los sistemas de representación que vemos en Jasper Johns —para quien “Lo ya muy visto no ha sido mirado”—, Graham, menos circunspecto que Johns, introduce Paradoxical Western Scene en una caja de luz, el típico soporte publicitario, para ilusionarnos con la búsqueda de ese hombre, cuya descripción no viene dada por un texto en el cartel, sino por la repetición en cascada de su perfil. Una imagen vale más que mil palabras, y si son muchas imágenes, sobran las palabras, parece advertir Graham. Por ello, Graham echa mano tan a menudo de la fotografía, porque parece ser consciente de que “prácticamente —como apunta Solomon-Codeau— todas las cuestiones críticas y teóricas con las que el arte posmoderno engrana en un sentido o en otro, se dan cita en la fotografía. Las cuestiones que tienen que ver con la autoría, la subjetividad y la ubicuidad están presentes en la naturaleza misma del proceso fotográfico; las cuestiones relativas al simulacro, los estereotipos y la posición social y sexual del sujeto observador son centrales en la producción y funcionamiento de los anuncios y otras formas de fotografía de los medios de masas”[2].

En la obra How I Became a Ramblin' Man (1999), Graham aborda los estereotipos de la imagen típica del vaquero en el cine. Esta obra constituye el segundo vídeo de una trilogía —junto a Vexation island (1997) y City Self/Country Self (2000)—, en la que homenajea al género cinematográfico del western. En esa trilogía, sin aparente conexión, la repetición de instantes infinitos conforma el eje que une las tres historias. Se trata de tres instantes agrandados por la desconcertante presencia de Graham, convertido en el actor principal. Además de la hiperbólica narrativa circular en bucles interminables, las historias tienen además otro elemento en común: su ambientación en escenarios premodernos, a los que el propio Graham llama “Costume pictures”. Estos escenarios no son otros que los que aparecen en los convencionales géneros cinematográficos del primer Hollywood: películas de piratas, el spaghetti-western y las películas de policías y ladrones.
 
Rodney Graham. How I Became a Ramblin' Man, 1999.
35 mm film transferred to DVD; 9 min looped. Hauser & Wirth. © Rodney Graham

En el vídeo How I Became a Ramblin' Man, el artista, vestido como un cowboy errante, pasea a caballo a través del paisaje pintoresco formado por colinas de montañas y praderas iluminadas por un sol cálido y rosado. Mientras el jinete se dirige hacia la cámara, se escuchan los sonidos de la naturaleza. Se oyen los trinos de los pájaros y los cascos del caballo. Acto seguido, el jinete se detiene, desciende del caballo y comienza a tocar la guitarra y a cantar una melancólica canción a cerca de su vida solitaria. A continuación, monta a horcajadas el caballo y emprende de nuevo el camino, en un paseo que lo aleja del espectador hacia el lugar desde donde venía, la puesta del sol. Nueve minutos más tarde, el vaquero inicia otra vez su cabalgadura, mediante la que Graham explora en un bucle infinito, habitual en otros trabajos, las reglas del juego de la lógica narrativa del cine de western. La película, con esa ondulante ordenación, niega la posibilidad de descripción y resolución, proponiendo un viaje repetido interminablemente. La reiteración hasta el infinito —un concepto muy presente en el trabajo de Graham, que es, asimismo, evidente en la cascada de imágenes de Paradoxical Western Scene—, lleva al espectador, en un primer momento desconcertado por la ausencia de acción, a confrontar lo previsible de un guión, movido circularmente por las secuencias en bucle. El vaquero aparece en esta película intacto, no hay heridas, ni abatimiento, ni fatiga; ni siquiera sudor. No hay disparos, ni indios, ni peleas, ni salones, ni diligencias. No pasa nada, todo está en calma. Simplemente, un vaquero loa su armónico contacto con la naturaleza, lejos de la civilización; un vaquero entendido como héroe romántico, más que como un llanero solitario.

How I Became a Ramblin' Man anuncia, como la marca de tabacos Marlboro, un hombre de verdad, el prototipo masculino por excelencia. Con esa mirada crítica ha intervenido muy a menudo Richard Prince, apropiándose de fotografías de revistas e imágenes publicitarias de los medios de comunicación de masas. La estrategia de Prince pasa por reencuadrar esas imágenes, ampliarlas y reubicarlas en el contexto artístico. Una de sus operaciones de apropiación y desconstrucción más celebrada ha sido también la campaña publicitaria de Marlboro, en la que la imagen fetiche del vaquero galopando por las tierras vírgenes del Oeste americano se convierte, en manos del Prince, en el icono de las mitologías falócratas[3] e imperialistas.

Mitad trovador, mitad llanero solitario, Graham entona en esta obra una canción que aclara el sentido de su vida solitaria, al margen de la ciudad. Y es que como señala Darian Leader[4] —haciéndose eco del texto de la canción del vaquero—, no se trata tanto del dilema de ese hombre en sí, sino de la decisión de vivir como un individuo aislado. El sonido y la música son especialmente significativos en el trabajo de Graham, y muy a menudo sirven para reconducir en su obra la ausencia de las convenciones narrativas del cine, cuando no para ahondar, no sin ironías, en el drama del que son presa los protagonistas de sus películas; concebidas como una forma de liberación, una vía de escape del laberinto al que están sometidos estos personajes. Como también señala Lynne Cooke[5], a los protagonistas de las películas de Graham —el vaquero, los dos personajes principales de City Selt/Country Self (2000), o el ciclista de The Phonokinetoscope (2002)— les une el recorrido de un meandro. Todos esos personajes, en última instancia, están entrelazados por un circuito implacable, un nudo despiadadamente infinito cuyo impacto es semejante al de un estado de ofuscamiento, el que produce un vértigo laberíntico. El uso que hace Graham de los dramas costumbristas ha sido considerado crítico con la cinematografía autorreflexiva, en la reconstrucción rigurosa no sólo de la ontología del cine, sino también de la disciplina y la historia del medio. En esos trabajos, introduce además una dimensión psicológica que —añade Cooke— se pone de manifiesto como compulsiva repetición. Atrapado el personaje en una implacable vuelta a empezar, la cuestión mítica es presa de una vertiginosa mutabilidad.

En sus videos, Graham recurre a menudo a una narrativa circular con la que rompe la lineal racionalización del tiempo y el espacio. Como convención, el tiempo real no se adecua a la mente humana, aun cuando se domestique su medida a nuestras necesidades. Todo sucede al mismo tiempo y todo está sucediendo siempre, no hay presente, ni pasado ni futuro, ni siquiera un presente continuo o una repetición infinita y, por tanto, no hay tiempo, tal y como convencionalmente lo percibimos. Desde estas consideraciones cabe entender el modo en el que Graham muestra la elasticidad del tiempo y la maleabilidad del espacio, remitiendo de forma constante a la idea del eterno retorno, de lo infinito, de lo interminable. Desde esa óptica, no es extraño que gran parte de las obras de Graham cuestionen las convenciones de los sistemas de percepción y representación, asuntos, por otro lado, que están en los fundamentos de la crítica del arte moderno. Así, cabe entender cómo la trascripción de un instante, de una experiencia musical, de un destello, o la recreación del estado producido por drogas o somníferos —a mitad de camino entre las despreocupaciones dadaístas o las ansiedades surrealistas—, sean asuntos que ocupen un espacio central en los trabajos de este artista.

 
Rodney Graham
A Reverie Interrupted by the Police 2003
(still) DVD, video projector, four speakers, subwoofer and amplifier, 35mm film transferred to DVD, 7 min 59 sec, continuous loop Courtesy Donald Young Gallery, Chicago.© Rodney Graham

La idea de la que parte Graham para la realización de su obra “A Reverie Interrupted by the Police” (2003), parece que fue motivada por una observación hecha por André Breton, en 1951, en su ensayo sobre cine As in Wood En él, Breton menciona un programa de radio en el que se escuchaba una pieza de piano interpretada por un hombre esposado. A partir de ese relato, Graham propone en su vídeo una tragicómica escena de vodevil interpretada por un prisionero y su guardián. El vídeo comienza en el momento en el que el prisionero aparece en un pequeño escenario, acompañado por el policía que lo conduce hasta un piano. El prisionero, cuyo uniforme blanco y negro emula las teclas del instrumento, comienza a interpretar una imaginaria partitura al piano, dispuesto a la manera de John Cage. Sin embargo, y aun cuando el preso toca el piano esposado, su interpretación hace de la necesidad virtud, y las esposas, más que en un inconveniente, se convierten en un estímulo para la creación. Sentado al piano, el prisionero golpea ligeramente en el teclado una armonía atonal, repleta de pausas silenciosas. De vez en cuando, echa una mirada furtiva y nerviosa sobre su hombro al policía, situado detrás de él. La interpretación es interrumpida cuando el guardia de la prisión lo conduce fuera del escenario. Acto seguido, se cierra el telón y todo vuelve al momento en el que todo empezaba, iniciándose así el bucle sin fin, común en otras obras de Graham.

El vídeo sugiere no sólo la concepción del artista (Graham) como un delincuente, que es un viejo tópico moderno del artista moderno —y que aparece también en Paradoxical Western Scene como ya hemos apuntado—, sino que además, a través de él, se exploran conflictos y deseos, fracasos y éxitos, sumisiones y liberaciones. Como se pregunta Sarah Milroy[6] ¿Quién es éste condenado? ¿Es la figura del artista, un proscrito de la sociedad? ¿Es el preso un cautivo de su propio éxito, limitado para demostrar sus talentos debajo del ojo amenazador del protector del mundo del arte? ¿O el protector representa el escrutinio crítico de uno mismo? ¿Está relacionado con el espectáculo de la orden (razón) y del desorden (creatividad)? ¿Y por qué el artista se presenta como criminal? ¿Se presenta Graham como un imaginario ladrón incorregible, un ratero, un imitador o un amante de los disfraces? En cualquier caso, trátese de un personaje o de todos a la vez, lo cierto es que Graham, conocedor de las posibilidades exegéticas de la personalidad múltiple, no deja ocasión para interpretar él mismo, como buen artista, cualquiera de los papeles que caracterizan sus peculiares personajes. Si bien Duchamp llegara a la conclusión que quien más se parece a un artista es el camarero, Graham decide otorgar ese privilegio al actor, al cómico de siempre; tan observador de la realidad como el propio camarero.

Con esta obra Graham recupera al artista maldito moderno, al proscrito y al bohemio, siempre en apuros con la ley. Desea ser libre, pero el guardia parece advertirle que el arte sin reglas ni disciplina no es posible. Sin las esposas, las variaciones al teclado del pianista serían probablemente menos creativas, más convencionales. La falta de libertad, las ataduras y el sufrimiento avivan el genio del artista, parece sugerir Graham, aun cuando Satie o John Cage demostraran lo contrario. Desde esa perspectiva, el policía formaría parte también del propio yo interior del artista —crítico e inquisidor— que no tolerará ningún desmán o divertimento fuera de lo correcto. Así, la abyección está vigilada por el control de la autoridad, y es el artista —el preso—, quien está condenado al castigo de volver a empezar, en esa lógica perversa de un bucle sin fin que obliga al artista a una eterna repetición. Ese sentido punitivo, derivado de la práctica artística, corre parejo al que John Baldessari planteó en su video I will not make any more boring art (1971). En ese vídeo Baldessari idea una irónica disyunción entre forma y concepto, a partir de un repetitivo y metódico ejercicio que volvió a estar en el ánimo del artista cuando realizó  I am Making Art (1971).

En el díptico Fantasia for Four Hands (2002), Graham centra también su atención en el papel del artista —una vez más como músico—, cuadruplicando en estas fotografías la presencia del artista a la manera de Jeff Wall en Double Self-Portrait (1979).Graham has based his self-portrait on the cover of a Dutch LP featuring a piano-playing duo similar to Ferrante and Teicher, whose routine was partly comic. Graham aborda ahora su autorretrato, inspirado en las portadas de los discos de los dúos de piano de Ferrante y Teicher, conocidos por sus cómicas interpretaciones, así como en los pianistas Wim Sonneveld y Godfried Bomans. La referencia al papel comercial de la música como entretenimiento y espectáculo está tan claramente definida aquí —señala Steven Harris[7]— como está en “A Reverie Interrupted by the Police”. La cuestión de la dinámica comercial del arte tan tratada entre las décadas de los años sesenta y setenta, se complementa aquí con consideraciones sobre la dimensión espectacular del arte, tan presente en nuestros días. Graham recurre al arte de acción de aquellas décadas para escenificar su radical recepción, en un espacio de actuación y participación, en el que aún prevalecía la sentencia dadaísta de “arte igual a vida”. Desde esa óptica cabe entender los homenajes de Graham a John Cage, cuando señalaba “¿Qué es más musical, un camión en una escuela de música o un camión que pasa por la calle?”, o a Yves Klein cuando decía: “Ya no volví a mancharme con el color, ni siquiera la punta de los dedos”. Esos homenajes, no exentos de ironía, desde un distanciamiento más nostálgico que cínico —y por ello podemos malentender a Graham como posmoderno—, son los que muy sutilmente se introducen en su obra.

Efectivamente, en “A Reverie Interrupted by the Police”, Graham escenifica esa dimensión espectacular del arte a partir de su reflejo en el cine —con guiños a Keaton y Chaplin—, mientras en Fantasia for Four Hands los referentes, aquí más cultos, se centran en la recepción de la imagen comercial de la música culta —interpretada por legendarios pianistas—. En una obra y otra, Graham pone, además, otros elementos en juego: Jonh Cage y Fluxus por un lado, e Yves Klein por otro, a través de los cuales sitúa el foco del espectáculo en el arte de la forma culta y radical. En una obra oímos, y en otra vemos esos homenajes. Así, cuando Graham en su Fantasia for Four Hands emplaza unos paneles, a modo de bambalinas, en el azul internacional de Klein, remite con ello al paradigma del artista como showman. Ese vistoso decorado —a la manera de Ian Wallace—, que empuja a los intérpretes hacia el piano, sirve de forma eficaz para estructurar el marco compositivo de la escena. En lo que podríamos entender, de nuevo, como un juego de reflejos, un positivo y negativo de una misma imagen, no es sino la suma de una secuencia diversa en el tiempo de interpretación. Es lo mismo y es distinto, es el original y su copia, el auténtico y su doble, el antes y el después; es en definitiva una suma de engaños. Desde esa óptica, como apunta Jessica Bradley[8], cabe reconocer cómo en las más recientes producciones de Graham, el duplicado, el espejo y el bucle continuo, se han convertido cada vez más en incisivos y cómicos modelos de las vicisitudes de la psique y de la identidad, aunque su juego de roles es, sin duda, también un tropo de la situación artística.

Amante del Rock and Roll como de la dodecafonía, del jazz y del country, de Satie y también de Pink Floyd, Graham no pierde oportunidad en su obra para reinterpretarse a sí mismo, también como músico. Esa capacidad de adaptación a diferentes estilos y tendencias musicales, dice mucho del alcance de su oído, tanto como cuando exhibe su competencia interpretativa para adaptar su persona a situaciones que sólo se pueden entender derivadas de la obsesiva aplicación de un método de trabajo. En la obra Three Musicians (Members of the Early Music Group “Renaissance Fare” Performing Matteo of Perugia's “Le Greygnour Bien” at the Unitarian Church of Vancouver, Late September 1977 (2006) Graham recurre nuevamente a la música en un tríptico fotográfico sobre una caja de luz. Lo que plantea este tríptico, según ha reconocido el artista, es un comentario sobre las consecuencias de la reescritura del pasado desde una perspectiva actual. La lectura de las transparencias como una parodia de una parodia de una parodia de la nostalgia romántica. “Se me ocurrió que sería interesante mirar hacia atrás en una época anterior: es decir, como representante de músicos de los años setenta (la era dorada en la que creo se produce la reactivación de la música antigua) acerca a un pieza del siglo XIV. Y esta pieza musical, a su vez, exhibe en su extraña atonalidad, un curioso eco del siglo XX, la música experimental”. Para el formato de este tríptico Graham se inspira  The nature of the musical composition itself is what has inspired the triptych format. en la naturaleza de la composición musical en sí.The work is scored for three instruments (here vielle, tenor recorder and lute) and the relation between the voices is such that each musician seems to be in his or her own 'space' for much of its duration. El trabajo se escribió para tres instrumentos, aun cuando la relación entre los sonidos es tal que cada músico parece interpretar su propio espacio sonoro. Es por ello que los músicos aparecen convenidos de una forma unitaria, sujetos a la interpretación de una misma partitura, y al mismo tiempo, están tratados por separado dominando su propio espacio hermenéutico. En ese sentido, la fotografía, que fue tomada desde un único punto de vista, refuerza las convenciones unitarias de la perspectiva renacentista, si bien el negativo fue posteriormente dividido para contradecir la norma, y recuperar así el marco narrativo del retablo medieval. Esta recreación en las paradojas y los equívocos, acaba siendo reforzada por la introducción de los músicos en el espacio escénico de una iglesia moderna de principios de los años sesenta, así como por la indumentaria de los músicos. El juego de narraciones, marcos y perspectivas contradictorias, que rompen con lo normativo, lo encontramos, asimismo, en las estrategias de ruptura que plantea la pintura moderna desde finales del siglo XIX, cuando planteó un particular interés por la problemática de la percepción, en un espectador que pedía ser activo. Por otra parte, la caja de luz usada por Graham en otras obras, equipara el efecto vidriera y el status de altar, propio del arte medieval, con el de escaparate o pantalla luminosa propio de la sociedad de consumo. Al final, se trata de personajes trinitarios —tres en uno, aun cuando parezca que cada uno toca por su lado—, de un dogma de fe, como ilumina la dorada luz cenital que irradia el personaje del panel central.

Rodney Graham. Awakening, 2006
Monochrome diptych photograph
239.4 x 146 cm. Gallery Hauser & Wirth


En el díptico fotográfico Awakening (2006), Graham recupera unas fotografías tomadas por Chris Walter del grupo de heavy metal Black Sabbath, tomadas en 1971. La fotografía original de Chris Walter muestra a los componentes del grupo en un parque, mientras Ozzy Osbourne señala burlonamente a un hombre mayor que está recostado en un banco. Los otros miembros del grupo sonríen pendientes de la cámara. Graham se hace pasar en la reproducción de esta escena por el vagabundo en el banco, quizás el artista fracasado. En algunas observaciones sobre esta obra se ha hecho referencia a la circunstancia de que probablemente Graham ironizara sobre sus propias aspiraciones como músico de rock and roll. Al respecto se ha pronunciado el propio artista: “Comencé a hacer rock bastante tarde en la vida, y me gustó la imagen del grupo de jóvenes heavies riéndose de mí…” Esta observación tiene que ver con la comparación que se ha hecho de esta fotografía con la llamada a la vocación de San Mateo, de Caravaggio. Es posible que el artista fuera llamado, o se sintiera tentado, por ser un roquero, y eligiera a Ozzy Osbourne —él mismo marcado por un crucifijo colgado al cuello, que Graham copiará para la realización de la joya de plata Awakening Cross (2006)— como el maestro a seguir. Otra obra de Caravagio, Il Martirio di San Matteo, podría ser otro referente, si consideramos a San Mateo, tendido sobre un basamento en una forzada posición angular en el momento en el que es martirizado, como el vagabundo de Graham. Hay que considerar que ambas pinturas fueron concebidas para ser instaladas una frente a otra, en la Capilla Contarelli en San Luigi dei Francesi, generando en ese espacio un efecto de espejo; figura muy recurrente, como hemos observado en el trabajo de Graham.

Esa obra, como también Fantasia for Four Hands, esta concebida como un díptico, que aquí es doble. Por un lado, aparece la versión “positiva” de la obra, la convencional y, por otro lado, se presenta la “negativa”, como la concibiera Chris Walter, según la típica estética de los años setenta para los grupos de heavy-metal. De esa manera, la versión en negativo se presenta como una visión psicodélica de la época en blanco y negro, como una pantalla de radiografía de la imagen antigua, la original. Por otro lado, la versión “nueva” se presenta rectificada, mejorada, para ser adaptada a la actualidad. Ambas versiones son dípticos, y como en otras obras, Graham redunda aquí en la problemática de la construcción de la imagen, a partir de una imagen dada. Desde esa perspectiva, cabe entender el modo en el que Graham abunda en las duplicaciones y desdoblamientos, en las dualidades y repeticiones, en las divisiones y multiplicaciones, en las duplicaciones, clonaciones y redobles, con el objetivo de cuestionar la construcción de la imagen.

Rodney Graham 
Fishing on a Jetty, 2000
On paper, print 2 photographs, colour, on paper
2340 x 1730 mm. © Rodney Graham, courtesy Donald Young Gallery, Chicago


El hombre que vemos en Fishing on a Jetty (2000) es de nuevo Graham, pretendiendo ser John Robie en la película To Catch a thief (1955) de Alfred Hitchcock. Parece ser que cuando Graham vio esta película, escogió una escena y dijo: “A que yo puedo ser John Robie en el momento en el que está ahí pescando”. A partir de esa ocurrencia, plantea la obra, reinterpretándose a sí mismo en el papel de Robie. En la película, este personaje es interpretado por Cary Grant, el galán por excelencia del artificioso romanticismo del cine de los años treinta. Graham quiere pretender que es Cary Grant actuando en el papel de Robie. Lo que le interesa a Graham de Grant o de Robie, son los equívocos acerca de la identidad, en una película en la que el actor representa la constante del engaño cuando adopta una forma cambiante de identidad[9]. De ese modo, se presenta Graham, como Robie —disfrazado con un sombrero y gafas de sol, pretendiendo ser un pescador deportivo—, exhibiéndose ante el espectador, para quien el artista no pasa desapercibido, pero ocultándose de la policía que sospecha de él por una serie de robos de joyas en la Riviera Francesa.

Al escoger la réplica de un momento muy especial de la película, Graham intenta establecer un juego con el público. En esta escena, Robie simula estar pescando para pasar inadvertido. Sin embargo, resulta evidente que no está pescando, puesto que hace como si pescara, de la misma manera en que Graham hace como si fuera Cary Grant, actuando como si fuera Robie, en el momento en el que el personaje hace como si estuviera pescando. De hecho, Cary Grant se llamaba en realidad Archibald Alexander Leach. Así que Rodney Graham hace como que es Cary Grant, quien en realidad es Archibald Alexander Leach, actuando con el nombre de Cary Grant, interpretando el papel de Robie, en el momento en el que el personaje hace como si estuviera pescando. Parece que Cary Grant —como también, en parecidos términos, se pronunciara Warhol— dijo una vez: “Todo el mundo quiere ser Cary Grant, hasta yo quiero ser Cary Grant”. Grant decía esto porque pensaba que el público lo conocía hasta ese extremo, dado el éxito y aceptación de sus películas. El cine, una pantalla capaz de trastocar identidades y comportamientos, de generar una imagen más real que la realidad misma como apuntaría Hall Foster, es nuevamente el espacio en el que Graham se mueve con mayor soltura con el fin de cuestionar los estereotipos normativos.

Más allá de las cuestiones identitarias, cabe reseñar cómo el simulacro y la cita se convierten también en esta obra en un poderoso recurso discursivo para Graham, con el señuelo del cine como telón de fondo. En la película de Hitchcock, lo que vemos detrás, cuando Cary Grant está pescando, es Niza, mientras en la fotografía de Graham lo que se aprecia es Vancouver, la ciudad del artista; la cuna de una influyente generación de artistas fotógrafos[10]. En este díptico Graham se recrea también con un guiño al típico estilo de Alfred Hitchcock; ya que el hombre que está pescando, tiene el agua detrás de su persona, así que parece que esté mirando hacia el lado equivocado. Por tanto, desde esa óptica, difícilmente pescaría con éxito si no cambiara su posición, dando la espalda al espectador, y rectificando además la orientación de la caña. Pero como de lo que se trata es de poner el anzuelo al alcance del espectador —a ver si pica—, podemos considerar que la posición de Graham es la correcta, y es la que deja ver su perfil bueno, el reconocible. Estas trampas visuales tan del gusto barroco, constituyen una de las estrategias más efectivas de este artista, mediante las que sitúa su trabajo en un ambiguo y paradójico espacio de alusiones, interpretaciones y derivas discursivas, siempre dispuestas a poner en cuestión la propia construcción de la imagen, su significado, y el modo en el que puede o no representar al hombre contemporáneo.

Por otra parte —Shephered Steiner[11] se ha referido a ello—, hay que considerar cómo entre los diversos estratos discursivos que Graham introduce en sus obras, el que va dirigido a sondear los fundamentos del lenguaje de la fotografía conceptual, ocupan un espacio particularmente relevante. Desde esa perspectiva, y sin perder el hilo de las citas y los guiños con los que tanto se divierte Graham, no hay que perder de vista que el propio artista posa para pescar, como si no fuera él o como si fuera otro, sentado sobre su admirado Wall, un muro perfectamente alineado en la base de este díptico.

Rodney Graham 
Screen Door, 2005
Solid silver. 203 x 82 x 12 cm. Lisson Gallery

Por último, cabría reseñar ciertas obras que condensan con mayor síntesis, si cabe, el complejo alcance del trabajo de Graham, nos referimos a las obras escultóricas u objetuales como Screen Door (2005). Esta escultura es una réplica de una puerta original de aluminio de la famosa mansión Graceland de Elvis Presley, nunca usada por él. Como reliquia del cantante, su puerta se vendió en una subasta en Las Vegas en 1999, junto con otros objetos privados de Elvis como una Biblia, una tarjeta de crédito y una pistola. La puerta de Graham, como no podría ser de otro modo, está fundida en plata, algo que advierte claramente, por si no era evidente a la vista, el propio título de la obra. Al rehacer el objeto, con un material noble y valioso como la plata, el artista intensifica, a modo de metonimia, el estatus legendario de la estrella, siendo Graham aún más extravagante que el propio Elvis Presley. La puerta es —como ha señalado Christina Bagatavicius— de un preciosismo tan exagerado, que desconcierta al ser transformado, desde lo real, en un adorno por vía del mito. Esta suerte de ready-made recicla las estrategias duchampianas, para hurgar de nuevo en los mitos de la baja cultura norteamericana, si bien por otro lado apunta, no sin ironías, a un referente más culto, como el minimalismo. Screen Door se suma a otras obras como Alice’s Adventures in Wonderland (1989), Casino Royale (1993) o Chilldren’s Trollies (1993), en las que Donald Judd —pope del minimalismo y del arte conceptual—, se convierte en uno de los maestros a los que Graham rinde homenaje. La puerta que llama la atención de Graham, es una puerta mosquitera —que tan bien conocemos los europeos por el cine norteamericano y que tanto nos fascina—, brillante, fría y funcional, como las piezas de Judd. Una puerta, que antes de ser obra de arte, ya era un fetiche. Como se encarga de poner en evidencia Graham, siendo fiel y mostrando respeto por el original, exhibe no sólo su talento para la imitación, sino que, dado el caso, incluso es capaz de introducir mejoramientos.

Todo ello, porque Graham tiene un nombre, Rodney, con el que se atreve a adoptar cuantas identidades quiera, sin perder un ápice de su imagen primera, siempre desestabilizadora. Con sus trabajos, Graham trata de explorar algunas de las esferas del conocimiento que han tenido un profundo impacto en el siglo XX. El psicoanálisis freudiano, la literatura y la música se encuentran entre las fuentes de conocimiento, de las que bebe su sentido crítico, a veces trágico y a veces cómico, y por medio del que somete a examen los fundamentos de la cultura occidental. Graham se nutre de la cultura anglosajona, de los elementos y referentes que marcaron una época. De esta manera, hace una semblanza de un periodo que va desapareciendo, y por el cual se percibe nostalgia, los tempranos años setenta. Homenajea a una época marcada por ideales utópicos fallidos, pero también señala con ironía el fracaso de haber intentado cambiar el mundo, sin haberlo logrado. Graham ofrece referencias de esta cultura para componer escenas que funcionan como un catalizador de signos; subterfugio que le permite ir de un referente al otro, siendo finalmente indulgente.

Desde esa óptica, podemos observar cómo Graham cumpliría el ideario de la posmodernidad, al ser la apropiación y la deconstrucción sus estrategias más reconocibles. Si la serialidad y la repetición, la intertextualidad y la simulación o el pastiche los consideramos dispositivos fundamentales de los artistas posmodernos, Graham cumple la mayor parte de esos requisitos para ser identificado como un artista posmoderno más. Sin embargo, por raro que parezca, este artista excede esa condición y es más moderno que los posmodernos. Es, en ese orden de cosas, coincidente con la moderna vanguardia, cuando arremete contra las nociones de subjetividad, originalidad, autoría o el fetichismo, siguiendo la estela de Duchamp. Su perfil artístico, mutable, no casa tanto con la pureza de Sherrie Levine, como tampoco con el protésico uso del disfraz de Cindy Sherman. Así, sus compañeros de viaje se situarían más bien en la década de los años sesenta y setenta. Su forma de entender la ironía no comulga con el cinismo posmoderno, sino que tiene más que ver con un sentido del humor penetrante, generoso y franco. Es más fácil verlo cerca de Francis Alÿs o Mauricio Cattelan, que junto a Jeff Koons o Mike Kelly, aun siendo Graham un rara avis del arte de nuestros días.

Como ha señalado Steven Harris hay en Graham “un esfuerzo por escapar, pero la única verdad es escapar a través de la risa”[12].Moreover, I think it can safely be said that Graham represents a certain truth about the contemporary institutionalised situation of the artist, as opposed to the utopian views of the past in which it was felt that art really could be a means of liberation; this is the sense of Breton's claim that 'poetry must lead somewhere ', which Graham swerves from in favour of the image of a shackled art. Harris añade que podemos de decir que Graham representa una cierta verdad sobre la situación contemporánea institucionalizada del artista, en contraposición a la utopía que consideró que el arte puede ser un medio de liberación. Es por ello que Graham llora su pérdida.In other words, Graham is showing us 'how to live artistically after the end of utopias'. En otras palabras, Graham nos muestra “la manera de vivir artísticamente después de la final de las utopías”[13]. De forma, que su trabajo es, a la vez, un síntoma y diagnóstico de “esta modernidad, que es la nuestra”. Desde esas consideraciones, cabe entender la nostalgia que se desprende de ciertos trabajos de Graham, que con frecuencia tienen sus referentes artísticos más directos en la década de los años setenta, donde el artista manifiesta el sentimiento de pérdida. Y ahí, es donde interviene el humor, el bálsamo que todo lo cura, asumiendo esa pérdida. Con un humor cáustico mediante el que se atreve a caricaturizar de forma corrosiva el mundo contemporáneo, el que no fue.

La obra de Graham adopta del pasado reciente procedimientos en los que intervienen por igual la literatura, la poesía, la filosofía, el cine y la música para trasladar al espectador una visión del mundo lleno de aristas y sinuosidades, y en el que el artista, bufón donde los allá, actúa desnudando la verdad de cuantos disfraces han ido falseando su libre entendimiento. Sin embargo aun cuando a Graham podemos considerarlo como un humanista, un hombre del Renacimiento —como él mismo se autorretrató en la obra Renaissance Man (2006)—, el sentido de su trabajo no se basa en heroicidades, sino que se apoya en las complejidades de las apariencias, las paradojas, las trampas y ocultamientos. Por ello, hablaríamos más bien de un hombre del barroco, un artista con muchos nombres.





[1] Hay que considerar que el personaje retratado por Manet fue identificado como un patriota francés alsaciano, bebedor de la cerveza regional. Por otra parte, las sociedades “Bon Bock” promovían un concepto de identidad nacional francesa, asociado a un compromiso con el republicanismo liberal. Alsacia es una región de Francia situada al este del país, en la frontera con Alemania y Suiza La región fue objeto de conflictos y disputas continuos entre Francia y las diferentes entidades de Alemania, cambiando sucesivamente de soberanía entre los siglos XIX y XX. Por su parte, el mariachi es un icono mejicano con amplia influencia al otro lado de la frontera en Nuevo México y Texas, territorio de disputas entre México y Estados Unidos.
[2] Wallis, Brian (Ed.), Solomon-Codeau, Abigail, “La fotografía tras la fotografía artística”, Arte después de la modernidad. Nuevos planteamientos artísticos, Akal Ediciones,  Madrid, 2001, p. 80.
[3] Baqué, Dominique, La fotografía plástica, Editorial Gustavo Gili, Barcelona 1998, p. 153.
[4] Leader, Darian, “Zur Struktur von Rodney Gras Kostümtrilogie“, Rodney Graham, Whitechapel Art Gallery, Ed. Hatje Cantz, Londres, 2002, p. 38.
[5] Cooke, Lynne, “A can of works”, Rodney Graham: A little thought. Art Gallery Ontario, Toronto; The Museum of Contemporary Art, Los Angeles and Vancouver Art Gallery, Vancouver, 2004, p. 65.
[6] Milroy, Sarah,  “A little bit city, a little bit country: all Rodney Graham”, The Globe & Mail, 3-04- 2004, p. R1.
[7]  Harris, Steven, 'Pataphysical Graham': A Consideration of the Pataphysical Dimension of the Artistic Practice of Rodney Graham”, Tate Papers, Tate Modern, 2006, p.15.
[8] Bradley, Jessica, “Introduction”, Rodney Graham: A little thought, Op. cit., p.22.
[9] En ese sentido, como Duchamp podríamos hablar de un Graham “shi(f)ting” (movedizo), jugando con la palabra “fishing” del título de la obra.
[10] Bradley, Jessica, “Introduction”, Rodney Graham A little thought, Op. cit., p.21.
[11] Steiner, Shephered, “Anomalies of the Phenomenal: A ‘close’ reading of Rodney Graham’s Works”, A little…, Op. cit., p. 121-122.
[12] Harris, Steven, “Pataphysical Graham: A Consideration of the 'Pataphysical Dimension of the
Artistic Practice of Rodney Graham”, Papers of Surrealism Ussue, 5, primavera 2007.
[13] Guilbaut, Serge, “Rodney Graham et Francis Aÿs : Silences, discours el cacophonie”, Parachute, nº 87, julio-agosto-septiembre 1997, p. 20.

domingo, 24 de noviembre de 2013

A ver


Fragmentos de Gotovac

Total Gotovac.
Espai Visor. Carrasquer, 2. Valencia. Hasta el 21 de marzo.
Publicado: El Cultural,  Edición impresa, 07/02/2014 



http://www.elcultural.es/version_papel/ARTE/34114/Fragmentos_de_Gotovac



Detalle de Zagreb, I love you,, 1981


La exposición Total Gotovac presenta por primera vez en España un cuidado extracto de la obra del artista croata Tomislav Gotovac (1937-2010), rebautizado en 2005 como Antonio G. Lauer. Antes de su paso por la Academia de Teatro, Cine, Radio y TV de Belgrado (1967), su obra tendió en los años 60 hacia creaciones que ponían en relación elementos muy diversos en soportes y estrategias. Collages, fotografías,performances y películas fueron la base de trabajo de este peculiar artista, como da cumplida muestra la exposición. Si bien el cine constituye, según podemos reconocer en varias de sus filmaciones, una de las grandes aportaciones de Gotovac, es en la fotografía donde se expone la amplitud de su obra. Una obra en la que resulta curioso observar concomitancias con las experiencias que estaban teniendo lugar en la Europa de los años 60 y 70. Prácticas como el body-art, performances y ciertas tácticas en el uso de la fotografía-documento, vinculadas a los conceptualismos del período, ponen de manifiesto el modo en el que el espíritu de una época se reflejaba en el arte, más allá de la centralidad occidental-capitalista. Éste es posiblemente uno de los atractivos de la exposición, el hecho de arrojar luz sobre un arte que ha escapado a las convenciones de los manuales de arte y el interés de las instituciones. Es cierto que la evolución política de la extinta Yugoslavia permitía permeabilizar información y, esto, justificaría la relación de la obra de Gotovac con las prácticas artísticas occidentales, sin embargo lo peculiar es el modo en el que el artista desarrolló su propio lenguaje; el modo en el que su actividad se estaba dando en un contexto adverso y cómo esta situación se acaba recogiendo es su trabajo.


Hay que destacar del conjunto de obras expuestas las filmaciones realizadas entre 1963 y 1977, así como un vídeo del año 2000 en las que movimientos circulares y largos travellings convierten la imagen en algo hipnótico. Por otra parte, dos collagesfechados en 1964 ponen de relieve los vínculos de Gotovac con Dada; piezas éstas que a su vez hacen visible la genética de ciertas posiciones del pop europeo de raíz conceptualista y que anteceden prácticas reconocidas luego en Fluxus. Fotografías como Autopistas (1976) o la extraordinaria Cubiertas de metal, ciudad de Belgrado(1977) actualizan hábitos muy comunes en el arte del momento. El archivo, la serialidad, la repeteción y el modo de administrar la imagen -como un modo de abundar en los procesos desmaterializadores del arte- constituyen maniobras con las que Gotovac opera a menudo en otros trabajos fotográficos en los que él mismo se sitúa en primer plano, y que proceden en su mayoría de sus categóricas acciones y performances. 

Artículos

Portada



José Luis Vicario
Obras de la serie "Vapor de amor".


Vapor de amor (lluvia), 2000.
Acero y cristal.
Aprox. 400x250x 350cm.



Vapor de amor (chocolate y café), 2000.
Acero y cristal.
Aprox. 500x300x 200cm.



Vapor de amor (Dogo), 1999
Acero y cristal. 
Aprox. 70x 50x 50cm.

jueves, 21 de noviembre de 2013

1. De cómo alargar un título…, desde la Universidad Pública

Hans Haacke. The invisible Hand of the Market, 2009. 
Exposición "Castillos en el aire". MN Centro de Arte Reina Sofía.


En un post anterior comentaba que la siguientes reflexiones se deben a una invitación para participar en “I Encuentro Salidas Laborales de la Facultad de San Carlos para la Profesionalización del Alumnado 2013” organizada por la Delegación de Alumnos de la Facultad. Tuve la impresión, de entrada, de que los alumnos parecían excesivamente preocupados por la empleabilidad. Relaciones laborales, profesionalización, emprendimiento, etc., eran palabras que no entraban en nuestra jerga universitaria en la Facultad de Geografía e Historia de Valencia a finales de los años ochenta. De repente, me sentí prediluviano. Pensé: ¡Tanto ha cambiado el mundo! Claro que ha cambiado, radicalmente. Recordé cómo eran nuestras expectativas cuando decidimos estudiar Historia del Arte. Cómo, cuando llegamos a quinto curso, veíamos un horizonte negrísimo por el desempleo[1]. No sé si no éramos demasiado inocentes o quizás los valores pudieron ser otros, pero ya antes de iniciar el primer curso a nuestro alrededor nos hablaban de ese sombrío horizonte. Y seguimos adelante, un curso tras otro, sin que el miedo al paro nos paralizara. Conocíamos la inutilidad de nuestra formación como vía para alcanzar un buen empleo o simplemente un empleo, como también sabíamos que no seríamos los egresados que buscarían las empresas. Con tantas deficiencias, con tan escasos medios, tuvimos algunos profesores extraordinarios que nos ayudaron a estructurar nuestro pensamiento, a ser capaces de ser nosotros mismos y ver otros mundos posibles a través del arte.



Sí, el mundo es muy distinto y la universidad ha cambiado mucho, también el arte. ¿Y nosotros? No sé si nosotros hemos cambiado o nos hemos dejado cambiar y nos han cambiado. Los políticos –maestros del eufemismo- hablan de “adaptación a una realidad nueva”. Y me veo como un camaleón rodeado de más camaleones y, aunque confieso que son unos bichos que me fascinan, no quiero formar parte de esa especie.



Ahora para los estudiantes, para todos, el desempleo es la preocupación mayor. Sin embargo, siendo así, me pregunto si a esa preocupación no se suma otra que la hace aún más grande, que tiene que ver con el modo en el que se nos espolea con el miedo, desde instancias muy diversas. La falta de empleo y el pánico a perderlo, en el contexto de crisis que estamos viviendo, además de la depresión y parálisis de la sociedad, la angustia y el pesimismo generalizado, lleva consigo otras consecuencias terribles como, por ejemplo, la aceptación de condiciones laborales indignas, propiciadas por la reforma laboral del PP, y la pauperización en todos los sentidos, pero también la crispación y el deterioro de los afectos, la desconfianza, la inseguridad y tantas miserias. Aunque los telediarios, en noticias bien dosificadas, dejen ver muestras de heroísmo y solidaridad, lo cierto es que nos estamos deshumanizando.




Una alumna del Máster de Gestión Cultural UV-UPV, comentó en clase, airada, que estaba cursando el máster para ganar dinero. Pensé que podría ser una forma de indicarme que aquello de lo que estaba hablando era un aburrimiento y no le interesaba nada. Pero me eché a temblar y le dije que, pensara, si no había otras posibilidades formativas en la Universidad que capacitaran al alumno para alcanzar más rápidamente su objetivo. Aún no he descubierto el modo de ganar dinero con la cultura y el arte en España. ¿Quién sabe? Perdí la pista de la alumna, pero es posible que esté ya fichada por la Gagosian Gallery o dirija más pronto que tarde la Bienal de Venecia. Entre las competencias del “contrato-programa” como profesor para la asignatura creí recordar que no figuraba la de formar cuadros directivos de élite y, haciendo repaso de la oferta de asignaturas del Máster, tampoco vi que figuraba ningún descriptor que cuadrara con ese objetivo formativo. Me encuentro todos los días con alumnos y profesores que piensan de otro modo y que, conscientes de que la situación es terrible, se interesan por el arte y la cultura no en términos estrictamente mercantiles. Y me alienta saber que hay más bichos raros que no son camaleones.




Maurizio Cattelan L.O.V.E., 2010
Carrara marble, figure: 470 x 220 x 72 cm;
base: 630 x 470 x 470 cm Courtesy of the artist
Maurizio Cattelan Photo: Zeno Zotti

Todo ello, me llevó a pensar si en la Universidad no se estaban trasmitiendo unos valores “diferentes” y que no son otros, posiblemente, que los que están en la calle. Pero, ingenuo de mí, siempre he creído que la Universidad Pública es otra cosa. Desde la implantación del Tratado de Bolonia, y en los debates previos, ya se veía venir. Hablamos mucho de ello, incluso algunos alumnos (pocos) patalearon. Y ahora nos encontramos con una situación que, empaquetada en la LOMSE, resulta catastrófica para la Universidad Pública. Subidas de tasas sangrantes, becas testimoniales, masificación, planes de estudio inoperantes, escasez de recursos, y valiosos profesores con contratos basura al paro, y, y, y. Nos encontramos definitivamente sometidos a un orden educativo neoliberal que dinamita radicalmente las bases de lo que tradicionalmente ha sido la formación universitaria. “Adaptación a los tiempos”. Como si los tiempos se hicieran solos. Posiblemente sea eso, que como sociedad asumimos el laissez faire, como algo inevitable y, también, cómodo mientras hubo dinero corriente. No dijimos “NO” y ahora no sé si ya es demasiado tarde. La aplicación del Tratado de Bolonia, en lo que se acabado llamando Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) es un auténtioco desastre en España.



Yoshitomo Nara
Fuckin' Politics, 2003
Lithograph.

Hemos acabado progresivamente mercantilizándonos. Hablamos de “clientes” para referirnos al alumnado. Y a la búsqueda del cliente tiene que salir presto el profesor, en un espacio de competitividad delirante. De esta forma, con la excusa de situar nuestras universidades públicas en un ranking de excelencia, “lo rentable” en términos mercantilistas se ha convertido en un dictado, y ha llevado a la universidad a una situación de desconcierto, desde donde se van dinamitando los principios básicos de su autonomía. Los alumnos, no ya estudiantes, sino clientes, y los conocimientos a impartir deben de estar orientados para una rápida y directa relación con un supuesto puesto de trabajo, en un mercado laboral volátil y cambiante para el que no cabe una traslación directa y exclusiva. Disciplinas de enseñanzas humanísticas como la filosofía, las lenguas clásicas, la antropología o la sociología, y también el arte, resultan de muy difícil encaje es ese esquema de aplicaciones mercantiles y, por tanto, estarían siendo relegadas de los planes docentes por no ser rentables en un marco de valores económicos absolutos. Todo ello, obliga a la Universidad Pública a operar en un espacio de competitividad donde la calidad de la docencia no se valora tanto por la transmisión de conocimientos, sino por el modo en que se contabiliza en índices medidos sólo para cumplir con resultados estadísticos de interés para un mercado que no tiene forma ni comportamientos precisos. Nos pasamos horas y horas rellenando formularios, haciendo informes, manteniendo reuniones técnicas… Se nos ha impuesto sistemas de control ridículos, con el fin de “optimizar” y dar cuenta de resultados, que no son otros que formularios estadísticos de kafkiana genética. Si de fiscalización y control se trata ¿No debería ser “el cliente” el primero en dar cuenta de los resultados? Pero el cliente, en este caso, no es el alumno. Los clientes son algo tan borroso como los ordenadores de las Conserjerías de Educación y los despachos del Ministerio de Educación, y tan volátil como el mercado, aunque a ello se llame sociedad.

Hay abundante literatura sobre los estragos de la EEES de la que incorporo sólo un extracto de un interesante artículo que señala: “el programa Docentia consiste en un conjunto de normas dirigidas al control de la actividad docente universitaria. Tiene su origen en 2006 en el escenario de la integración del sistema universitario español en el EEES. En aquel momento la Agencia Nacional de la Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) impuso al conjunto de las universidades públicas un nuevo programa para controlar y gestionar, en términos empresariales, la actividad docente. Se trataba de un programa de obligado cumplimiento y que venía a sustituir a los instrumentos de evaluación docente que las universidades españolas, en el ejercicio de su autonomía, ya estaban realizando. Un nuevo programa que como los programas troyanos delsoftware malicioso permite hacer todo lo contrario de lo que dice hacer. En este caso, lo que permite hacer es controlar y degradar el trabajo docente, así como reforzar institucionalizándola la precariedad laboral. Lo que dice hacer es mejorar la calidad docente”[2].

El progresivo establecimiento de imposiciones, a golpe de terminantes decretos unas veces, otras a través de encubiertos deberes en el desarrollo del trabajo diario en la Universidad Pública, han conseguido -con el pretexto de evaluar la investigación de los docentes, utilizando los criterios procedentes de una empresa privada y basados, sustancialmente, en la rentabilidad económica- subordinar la docencia a la investigación, relegando la función primera y fundamental, la de enseñar. Los profesores no sólo somos docentes, tenemos que ser investigadores. ¡Vaya descubrimiento que hace el EEES! Y yo me pregunto si en la docencia no va implícita la investigación. No se puede entender de otra manera. ¿Cómo explicar esta esquizofrenia? Pero en esto, como en otras cosas, debo ser un inadaptado. La investigación es consustancial a la naturaleza de la Universidad. Pero no se puede anteponer investigación a docencia, no se puede separar una cosa de la otra. Hay profesores que son excelentes investigadores. ¿Pero no sería más provechoso para Universidad y para la propia sociedad llevar a cabo una investigación de calidad formando equipos de investigadores como tales, con medios y bien remunerados y hablar entonces propiamente de la investigación de los investigadores? Con todo el trasvase de investigación a la docencia que sea necesaria, pero cuya ocupación sea la investigación pura y dura. No voy hablar aquí del modo en el que se han reducido los fondos para investigar en la Universidad Pública, ni cuántos investigadores están ahora en la calle. Sí, sin embargo, de la forma en la que esos fondos se conduce bajo directrices estrictamente mercantiles, dejando de lado análisis, pruebas, ensayos y experimentos que no tienen porqué tener una traslación directa a las empresas. Y si de investigación en Arte habláramos, nos quedaríamos mudos. Porque ¿Para qué? ¿Cuál es su utilidad?


Se nos llenado la boca de “excelencia” para hablar de una Universidad Pública sometida a una ulcerosa digestión mercantil. Y aquí tragamos todos. ¿Hasta cuándo? Desde el entendimiento de la Universidad Pública como un espacio para el desarrollo del pensamiento y sensibilidad críticos, de la creatividad y la investigación disconformes, necesarios para poder hacernos en un mundo como el actual, que se despieza en rápidas y irreversibles transformaciones, palabras como pensar, crear, conocer y sentir, no parece que sea un vocabulario apropiado para capacitar a los estudiantes. Sigo creyendo en las múltiples posibilidades de acción que tiene lugar en la Universidad Pública, con las que poder relacionarnos con nuestro mundo, haciendo posible el crecimiento personal y las mejoras colectivas. Sin embargo, esas capacidades están siendo mermadas desde hace años. En declaraciones del actual ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, -en la presentación de un estudio sobre producción científica en los países iberoamericanos, realizado por el grupo de investigación SCImago- apuntaba cómo se debería "inculcar a los alumnos universitarios a que no piensen solo en estudiar lo que les apetece o a seguir las tradiciones familiares a la hora de escoger itinerario académico, sino a que piensen en términos de necesidades y de su posible empleabilidad. […] En algo estará fallando el sistema universitario si menos de la mitad de los titulados son en ciencias sociales. Eso quiere decir que no estamos siendo eficaces a la hora de mandar señales a quienes entran en el mundo universitario"[3]. Ante estas declaraciones del Ministro de Educación más nefasto que ha tenido la democracia, sería mejor cerrar las universidades porque los alumnos, si llegan, acudirán despavoridos.



Pero no es éste el lugar en el que cabría plantear con detenimiento un argumentario y una relación pormenorizada de los enormes perjuicios que está causando el desprestigio de la Universidad en un marco general de desmantelamiento de los servicios y la función pública, conducidos por principios políticos neoliberales. Sin embargo, es en este contexto de presión e incertidumbre, en el que se está deteriorando el trabajo de la Universidad Pública, donde surgen también continuas iniciativas que tratan de salvar la situación en la que nos encontramos. Iniciativas originadas con el fin de construir espacios en los que docencia e investigación se acompasen de forma natural, en los que la adquisición de conocimientos y la aplicación de los mismos converjan sin supeditaciones, no para figurar, a toda costa, en un ranking de exclusividad o en la contabilidad de unos privativos índices de excelencia, sino para revertir en la sociedad y hacer posible sus mejoras, al margen de los mercados, que todos sabemos muy bien a donde nos ha conducido.

Y al final, el título que era con lo que empezamos y que tenía que ver, no con un diploma ni la gestión de unos planes de estudio en Bellas Artes -a los que, por otra parte, bien le vendrían un enjuague-, sino con el título de una ponencia que se dio en llamar “Introducción a las relaciones laborales en exposiciones” y que yo alargué apostillando como “El proceso de monopolización del arte por parte de la institución o Cómo dejar el arte”, haciendo libre uso de un trabajo del artista Antonio Ortega “Speaks about ‘Antonio Ortega and the Contestants’”[4], con puntos suspensivos.





[1] La economía española pasó en 1993 a la recesión y su traducción fue un crecimiento espectacular del desempleo del 16% al 24%. A finales de noviembre de 1993, había en España 3.545.950 parados, una caída inusitada de los beneficios y de la inversión de las empresas, un volumen de deuda pública cercano a los 30 billones de pesetas, un 68% del PIB y un déficit del conjunto de las Administraciones Públicas superior al 7% del Producto Interior Bruto (PIB).


[2] Rodríguez, José Manuel y Xambo, Rafael “La mercantilización de la universidad pública”. El país. 17 mayo 2013. <http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/05/17/valencia/1368810634_979335.html > [consulta: 2 junio 2013].

[3] El HuffPost / Agencias, “Wert cree que los universitarios no deben estudiar lo que quieren sino lo que es necesario” [en línea]. Hufftonpost. 4 de febrero 2013. <http://www.huffingtonpost.es/2013/02/04/wert-cree-que-los-univers_n_2615674.html?utm_hp_ref=fb&src=sp&comm_ref=false> [Consulta: 2 mayo 2013].
[4] http://www.antoniaortega.com/contestants.html